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La ‘mano invisible’ de China en América Latina se expande ante la desidia de EEUU y Europa

La ‘mano invisible’ de China en América Latina se expande ante la desidia de EEUU y Europa

La Mano Invisible de China, como denominó el Centro de Desarrollo de la OCDE- el laboratorio de análisis de los mercados emergentes que el club de socios de rentas altas creó en el tránsito del milenio-, se ha tornado cada vez más perceptible en América Latina, el enclave en el que su sector exterior exploró su enorme potencial internacional en ultramar tras su ingreso en la OMC, en 2001. De inmediato, la región latinoamericana se convirtió también en el espacio donde Pekín estrenó su polifacético despliegue diplomático -económico, geopolítico, cultural y de seguridad- que le ha reportado pingües beneficios.

Eran los tiempos de la siesta geoestratégica que siguió a la Guerra Fría y que los observadores del orden mundial sitúan entre el 11/9 de 1989, con la Caída del Muro de Berlín y el 11/9 de 2001, con los ataques de Al Qaeda a EEUU. En los que la seguridad invade las agendas exteriores del planeta, y en los que Jim O’Neil, entonces estratega jefe de Goldman Sachs, acuña el término BRIC para identificar el incipiente músculo económico de Brasil, Rusia, India y China.

En este casi cuarto de siglo, la influencia del gigante asiático en América Latina no ha dejado de aumentar. Al calor de las oportunidades de inversión de la llamada Puerta Trasera de EEUU que la Casa Blanca lleva descuidando, en mayor o menor medida, desde hace medio siglo.

De ahí que a casi nadie sorprenda en la esfera económica internacional que China haya logrado convertirse en el primer emisor de capitales en la región, por delante de su poderoso vecino del norte o de países europeos como España, Francia y Alemania, socios tradicionales de las grandes economías del área, en los que, de forma puntual, han llegado a abanderar los flujos de capital foráneos.

El desembarco chino en América Latina se trasladó la pasada década a África, donde Pekín puso en liza su táctica de adquirir acciones de firmas vinculadas sobre todo a las materias primas que demandaba la excelsa actividad de la segunda economía mundial, y adentrarse en sus mercados a través de sus bancos, industrias energéticas y empresas constructoras. A cambio de ofrecer a sus gobiernos líneas crediticias ventajosas de sus entidades financieras y organismos de ayuda al desarrollo estatales. Fue la segunda Mano Invisible china, que puso en alerta el doble rasero que Pekín ha practicado durante años de receptor de ayuda multilateral, por un lado, y emisor de préstamos a países de rentas medias y bajas, por otro.

Armando Guzmán, candidato a la presidencia de Perú en 2016 y 2020 y en la actualidad analista en el think-tank National Endowment for Democracy, escribía recientemente en Foreign Affairs que el poder chino en América Latina se ha propagado más de lo que piensan las cancillerías de EEUU y Europa y que si Occidente desea “contrarrestar” sus efectos sobre el orden mundial y la tensionada geopolítica actual debe emprender medidas de choque urgentes.

Guzmán recuerda que Pekín es el segundo socio comercial, tras EEUU, y el mayor prestamista de los gobiernos de la región. Incluso ha sobrepasado en algunos mercados las concesiones de créditos de instituciones como el Banco Mundial o el Inter-Americano de Desarrollo. En total, en el periodo 2008-2019, China inyectó en América Latina 131.000 millones de dólares.

La densa red diplomática china en la región

La diplomacia de Xi Jinping está detrás de las coberturas productivas para aumentar la extracción de minerales como el cobre en el Cono Sur, para financiar etapas de vacas flacas de los alimentos con especial demanda exportadora como la soja o las frutas tropicales o la extensión de avales a sus tejidos empresariales en episodios de bajo crecimiento como el actual.

Pero, como contraprestación, Pekín está recibiendo el paulatino respaldo de América Latina a su gran prioridad geopolítica: el histórico apoyo del área a Taiwán se ha diluido. Es uno de los cheques al portador que exige Xi Jinping. “La persuasión sobre el reconocimiento de la soberanía china de la isla está en todos los memorándums de entendimiento”, explica Guzmán, en alusión a su extensa red de acuerdos de libre comercio.

EEUU y Europa “deberían prestar más atención a la región y frenar la desventaja competitiva y diplomática que está adquiriendo con China” en esta zona neurálgica para sus intereses, avisa.

En parecidos términos se manifiesta Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia de Natixis y analista del Instituto Bruegel, para quien “la creciente presencia china en Latinoamérica es un problema para Occidente”. La conexión entre ambas latitudes viene de largo, pero se intensificó con el colapso crediticio de 2008, cuando China se convirtió en el gran comprador de esteroides financieros con los que extirpar los activos tóxicos bancarios y restablecer el pulso prestamista. Por supuesto, también en el Hemisferio Sur americano.

Desde entonces, las relaciones comerciales “se han intensificado considerablemente”. Hasta el punto de que ha invadido sus mercados con sus exportaciones de bienes de consumo y, en años más recientes, con maquinaria y componentes electrónicos, así como materias primas minerales y metálicas. Pekín -enfatiza García-Herrero- ha protagonizado este desembarco “compitiendo directamente con EEUU y Europa que, durante las décadas precedentes, se beneficiaron de sus poderosos sectores exteriores”.

Acto seguido, cuando la mayoría de las balanzas comerciales de la región empezaron a acumular déficits con el gigante asiático, la diplomacia de Xi Jinping inauguró un “segundo nivel de influencia económica”, en forma de inversiones directas, explica la analista de Bruegel, que han impulsado a sus empresas estatales a dominar sus sectores eléctricos y a controlar sus recursos naturales. Sin apenas capacidad manufacturera en la región.

Sin embargo, este proceso también llevó aparejadas inversiones directas dirigidas a modernizar infraestructuras con créditos de cooperación al desarrollo. La acumulación de endeudamiento resultante ha desembocado en reestructuraciones de vencimientos de pago como en el caso de Ecuador. En un clima de fuerte incremento prestamista que propició que China redujera de una manera drástica sus préstamos al exterior -en especial, a América Latina- recuerda la experta de Natixis, coincidiendo con el recrudecimiento de la recién iniciada batalla competitiva con EEUU, en 2019, desatada por la subida de aranceles de la Administración Trump.

Entretanto, Panamá o Paraguay, por ejemplo, han sido los últimos en dar su apoyo a China frente a Taiwán ante la incertidumbre geoestratégica en torno al futuro del Canal de Panamá, que en su día fue gestionado por autoridades estadounidenses, y las dudas diplomáticas que despierta en el segundo caso las relaciones con Washington. Aunque en este pulso no solo entra en juego la reivindicación sobre la soberanía de Taiwán. China también ha logrado conciliar intereses con la política exterior de Lula da Silva en torno a los BRICS + y la creación de una hipotética divisa de los socios del gran club emergente. O en torno a la configuración de un modelo de desarrollo alternativo al que defienden el G-7 y las potencias de rentas altas, aclara García-Herrero.

En su opinión, “en realidad, la influencia china en la región, que podría parecer imparable, se ha producido por el abandono de EEUU y Europa”. Ninguno de ellos ha emprendido negociaciones serias de índole inversora o comercial. La UE, por ejemplo, mantiene en un limbo su pacto con Mercosur más de 20 años después de iniciar el diálogo y, sin tratados de libre comercio, el peso e influencia europeos se diluyen.

La sensación de abandono cala en Europa y EEUU

“La ventaja competitiva china guarda una relación directa con el descuido de Occidente”, aclara. A pesar de los nichos de negocio que ofrece la transición energética en estos mercados. “Europa no debería desperdiciar sus lazos históricos, culturales y económicos” con la región. Resulta del todo punto “incomprensible”. Y EEUU tampoco, resalta.

Después de dos décadas, Washington muestra una “preocupación creciente” por la presencia de China en su Puerta Trasera, admite Diana Roy, analista del Council on Foreign Relations (CFR). En especial, en Brasil y Venezuela, aunque también por su éxito en la involucración de varios de los países de la región en la Iniciativa Belt and Road, que lleva el sello personal de Jinping y a la que la Administración Biden ha tratado de contrarrestar con la Alianza Indo-Pacífico en territorio asiático.

Pekín es el principal socio comercial de Sudamérica y su mayor inversor y prestamista en varios sectores neurálgicos como la energía y las infraestructuras, algunas de las cuales obtienen líneas de financiación millonarias y directas de la Nueva Ruta de la Seda. E, incluso, en la estratégica e incipiente industria espacial, a la que accede a través de tratados militares; “muy en particular, con Venezuela”, afirma Roy.

“Hay cada vez un mayor consenso en la Casa Blanca sobre la conveniencia de recuperar los viejos cauces económicos y de seguridad con América Latina; sobre todo, con Brasilia y Caracas, ante el desamparo que su diplomacia ha generado en la región”, detecta Roy.

Adam Ratzlaff, consultor de Asuntos Interamericanos en varias instituciones multilaterales como el Banco Mundial, asevera en The Diplomat que, en gran medida, la propagación china por estas latitudes se ha amparado en su inserción en determinadas organizaciones regionales, a imagen y semejanza de los estamentos de gobernanza instaurados en el pasado por Occidente. En ellos ha labrado el apoyo de seis países latinoamericanos a su Política de Una China desde 2000. Siete de las doce naciones que respalda la anexión china de Taiwán son del Hemisferio Sur americano.

Ratzlaff ve un “paralelismo nítido” entre este logro y su condición de observador en la Asociación para la Integración de América Latina ALADI o su asociación vinculante y activa dentro del Banco Interamericano de Desarrollo (IADB, según sus siglas en inglés) o en su homónimo caribeño. Así como “en otros seis foros” del área.

Para Guzmán, el riesgo del abandono occidental es, si cabe, más grave tras el autoritarismo y la fragmentación política y social que ha resurgido en la comunidad latinoamericana. Al igual que en el resto del planeta. Pero entre 2023 y 2024, “van a producirse en la región once elecciones, todas ellas con formaciones capaces de azuzar el fantasma del nacional-populismo”, aclara.

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