Ana Rodríguez, consultora del ministerio de Cultura de Afganistán:

Ana Rodríguez apenas pega ojo estos días. Desde su casa, situada en la ciudad de Cambridge, en cuya universidad trabaja dos días por semana, la sevillana se pasa las noches en vela atendiendo llamadas y mensajes de WhatsApp o recopilando los nombres de los colegas afganos con los que una vez trabajó en Afganistán y que hoy le piden ayuda desesperados por salir del país.

En Afganistán, Rodríguez trabajó cerca de siete años como consultora del ministerio de Cultura, encargándose de la coordinación de la reconstrucción del Museo Nacional y de la gestión de la formación de su personal, así como de la de otros funcionarios de instituciones culturales.

Además de las labores museísticas que la española desempeñaba en dari -una de las lenguas oficiales del país- Rodríguez combinaba este trabajo con las clases de español en las Universidad de Kabul y con la crianza de sus tres hijas.

Es tarde, pero Ana Rodríguez continúa colocando en un tablero del salón los post-its con los nombres de colaboradores afganos, especialmente los de aquellos que residen en las provincias y que no están en las listas de evacuación preparadas por las embajadas o el Departamento de Estado de EEUU. "Son funcionarios del Ministerio de Cultura afgano, gente que nos ha ayudado durante 20 años. Ellos también tienen que estar. No podemos dejar a nadie atrás", afirma.

Sin embargo, la preocupación de Ana Rodríguez crece con el paso de las horas, por el final de la mayoría de las operaciones de evacuación. Varios gobiernos hablan ahora de otras "vías" o de "corredores humanitarios" para seguir sacando del país a más personas en riesgo.

Usted acaba de saber que sus colegas del departamento de español de la Universidad de Kabul ya están en Madrid. ¿Cómo se siente después de la vorágine de los últimos días? 

Ha sido una de las pocas alegrías que he tenido recientemente. Estoy muy agradecida a la Embajada por haberles incluido en las listas, pero no podemos dejar a nadie atrás, tiraríamos 20 años de formación del mejor capital humano por la borda. Sería un error monumental abandonarlos después del enorme sacrificio y esfuerzo que ellos y nosotros hemos hecho. También están nuestros colaboradores en las provincias, restauradores en Herat, ingenieros estructurales, etc. Son personas que hoy están en riesgo precisamente porque nos han ayudado a implementar proyectos. 

Pero la ventana de las evacuaciones se cierra en breve…

Sí, y por eso estoy angustiada. Profesores de Universidad, intelectuales, todos están intentando salir del país como sea, incluso atravesando las montañas del norte o nordeste. Los funcionarios de Cultura que salieron no van a volver. La pregunta ahora es ¿quién se va a encargar de los ministerios, de las escuelas, de las Universidades? La contribución de los que se han ido será fundamental para la formación de los compatriotas que se queden. Será un reto continuar con la enseñanza online, pero la pandemia ha demostrado que es posible.

Cuando usted llegó a Kabul en 2002 al Museo Nacional de Afganistán le faltaba la segunda planta porque la habían volado los talibanes, ¿qué ocurrirá ahora con sus colecciones?

En el Museo me han dicho que la colección está segura y escondida. Es única en el mundo por su importancia y variedad, ya que aparte de piezas prehistóricas, helenísticas, budistas o hindú Shahi también contiene otras del periodo islámico. Estamos hablando de uno de los mejores museos de Asia Central. 

¿Y qué hay del patrimonio que está fuera de Kabul? 

Los monumentos clave del patrimonio afgano están amenazados incluso más que en 2001. Por ejemplo, uno de los minaretes del complejo de Musala (un conjunto arquitectónico islámico formado por cinco minaretes gigantes del siglo XV), en Herat, está en peligro de colapso. En situación similar está el minarete de Jam, de la civilización gurida (siglos XII - XIII) - forma parte de la Lista del Patrimonio de la Humanidad en peligro elaborada por la UNESCO - que se encuentra en una zona remota del corazón de Afganistán. Ambos minaretes son joyas del patrimonio cultural afgano y están en riesgo de desplomarse. Aunque los talibanes hayan dicho que sí quieren colaborar con las agencias de la ONU, también la UNESCO, en materia de ayuda lo cierto es que va a ser más difícil implementar proyectos con ellos. 

Lo que ya está resultando más difícil es la educación. A las niñas mayores de 10 años ya las han mandado a casa. ¿Qué pasará en las escuelas?

Es en la educación donde la comunidad internacional ha perdido la guerra. Los talibanes llevan dos décadas adoctrinando niños en las madrasas (escuelas coránicas) que están bien financiadas y repartidas por todo el país, también fuera, en las zonas transfronterizas. Lo que necesitábamos era más dinero para financiar la educación y menos para otras cosas como Defensa, que se ha llevado el presupuesto de una manera desproporcionada. 

De hecho, y según datos de la ONU, cerca de la mitad de la población sigue siendo analfabeta…

En Afganistán lo que hace falta es cultura. Al menos las Naciones Unidas, UNICEF, tienen muy buenos proyectos educativos repartidos por todo el país. También el Comité Sueco para Afganistán, que está allí desde el principio del conflicto, hace un trabajo extraordinario. En el caso del patrimonio cultural estoy convencida de que tiene un papel fundamental en la construcción de paz y en el desarrollo del país. Desde todas sus profesiones, ya sea la arqueología y la conservación hasta la artesanía o las artes, también es posible crear empleos y medios de vida.

Usted menciona que hace falta más ayuda, pero la comunidad internacional gastó cerca de un billón de dólares en la reconstrucción de Afganistán. El país es el mayor beneficiario de la ayuda al desarrollo de la UE…

Sí, pero esa ayuda al desarrollo no ha tenido en cuenta las estructuras sociales del país. Todo estaba basado en proyectos de ONG internacionales o agencias de la ONU, pero se invirtió poco en Gobernanza, en reforzar la capacidad de los ministerios, la capacitación del funcionariado, sobre todo en las provincias. En eso hemos fallado. La obsesión siempre ha sido Kabul. El gobierno debería haber cedido más responsabilidad a estos territorios. Al final no estaba presente en las zonas más abandonadas y eso generó una enorme desafección por parte de la población.

Por eso los talibanes se hicieron tan rápido con el norte…

Por supuesto. Ellos siempre han aprovechado ese vacío. En esta ocasión, además, no solo han atraído a pastunes, sino a otras etnias. Llevan años seduciendo a azaras, tayikos, nuristanis, etc. De hecho, parte de los uzbekos, los antiguos señores de la guerra, que en el pasado fueron muy combativos, también han caído en sus redes. Por eso han avanzado tan rápido, sobre todo en el norte. 

La mala imagen del gobierno, definido como corrupto por muchos afganos, tampoco ha ayudado… 

La corrupción ha existido desde el principio. Cuando estaba de consejera en el ministerio de Cultura afgano trabajaba con Omara Jan Masudi, el director del Museo de Kabul, un señor muy honesto. A menudo decíamos que cualquier dinero que entrase debería quedar reflejado de forma responsable, transparente y basada en la confianza mutua con los donantes. Eso es justo lo que no ha ocurrido en otros sectores. No ha habido rendición de cuentas, no se han enseñado suficientes extractos bancarios, no ha habido suficientes mecanismos de control que ayudaran a garantizar el buen uso de la ayuda. Por eso parte se ha ido quedando por el camino…

Hablando de caminos, ¿cómo ve e futuro de sus colegas afganos en España?

Confío en que la sociedad civil española se vuelque con ellos. Me gustaría que las universidades les ofrecieran programas de apoyo, también a otros profesores universitarios que tan mal lo están pasando. Hace días hablé con el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, y dijo que estaba abierto a ayudar, en cooperación con la AECID, a los cinco lectores del departamento de español de la Universidad de Kabul. ¡Ha sido fabuloso escucharlo!. Después de días  horribles, con tanta incertidumbre, fue una gran noticia. La segunda buena que recibí en una semana para olvidar. Solo puedo decir que estoy agotada. Es todo muy triste, mucho, pero debemos tener esperanza. Por ellos, por los afganos.