Ursula von der Leyen (Bruselas, 1958) llegó a la presidencia de la Comisión Europea de rebote en 2019. Era una absoluta desconocida para prácticamente todo el mundo, pero el veto de algunos líderes europeos al holandés Frans Timmermans, que era el candidato socialdemócrata, hizo descarrilar el principio de acuerdo que habían alcanzado los 'popes' Emmanuel Macron y Angela Merkel. La canciller alemana se sacó de la chistera a su ministra de Defensa y la envió a Bruselas con la bendición de los jefes de Gobierno de los 27.
Madre de siete hijos, llegó a la política de la mano de la CDU pasados los 40. Fue primero ministra de Familia y después de Defensa. Reservada con su vida privada, ha sido la única presidenta de la Comisión Europea que ha decidido vivir en el apartamento construido en el gris edificio Berlaymont donde tiene su sede principal el gobierno comunitario en Bruselas. Ella nació en la capital belga, donde su padre era director general en el montaje de las instituciones europeas, pero a los doce años volvió a Alemania. Luego cursó estudios económicos en Londres y después medicina, especializándose en ginecología.
Durante su mandato ha elevado su perfil político hasta convertirse en la mayor 'superpresidenta' de la Comisión Europea. Nada sale sin su supervisión e incluso se reserva los anuncios más 'jugosos' de las carteras de sus comisarios, que en la recta final de la legislatura le han reprochado algunas decisiones, como el acuerdo sellado con Túnez para controlar los movimientos migratorios o la intención de contratar como enviado de la UE para las pymes, con un abultado salario, a un eurodiputado de su partido. La pseudo-revuelta la encabezaron los socialistas Josep Borrell, que nunca ha tenido buena sintonía con ella, Paolo Gentiloni y Nicolas Schmit, y el liberal francés Thierry Breton.
Tampoco sentó bien en muchas capitales el protagonismo que se arrogó política exterior, que no es una competencia de la presidencia de la Comisión Europea sino de los estados miembros o del alto representante por consenso, y especialmente su alineación con Benjamín Netanyahu cuando ya comenzaba a masacrar a la población palestina en la Franja de Gaza tras los atentados de Hamás en octubre.
En ese conflicto, Von der Leyen trató de emular el papel que ha tenido con motivo de la guerra de Ucrania, una de las grandes crisis a las que tuvo que hacer frente y que ha llevado a la UE a poner la defensa y la seguridad en el 'top' de sus prioridades.
Pero la primera crisis llegó nada más hacerse con las riendas de la Comisión Europea. Apenas unos días después de ocupar su nuevo despacho en diciembre de 2019 comenzaron las primeras noticias sobre una contagiosa enfermedad que obligó a confinar la ciudad china de Wuhan. Tres meses después, los países europeos siguieron la estela porque centenares de miles de personas morían por covid-19. Los gobiernos europeos y la Comisión Europea tuvieron que hacer frente a una inédita pandemia y su correspondiente crisis por la paralización casi total de la economía.
Sintonía con los líderes, distancia con su partidoLa alemana tuvo su particular polémica, que aún colea, en relación a la gestión de la contratación de las vacunas por los mensajes y llamadas que se intercambió con el CEO de la farmaceútica Pfizer. Más allá de las teorías conspirativas promocionadas por la extrema derecha, la respuesta a la pandemia con la compra conjunta de vacunas que situaron en pie de igualdad a los ciudadanos europeos fue bastante exitosa.
Frente a los 'hombres de negro' que protagonizaron la crisis financiera, Von der Leyen fue la portadora de buenas noticias en los países más golpeados por la pandemia, como España o Italia, que son los principales receptores de los 618.000 millones de euros de los fondos de recuperación que acordaron los 27 para salir de la crisis. Ese mecanismo ha sido una tabla de salvación en muchos momentos para el Gobierno de Pedro Sánchez, por ejemplo, que ha encontrado en Bruselas la 'paz' que no ha tenido en la política nacional.
La sintonía que Von der Leyen ha mostrado con Sánchez ha sido la tónica habitual con los líderes de la UE, a excepción de los ultranacionalistas de Polonia y Hungría. Al fin y al cabo son los jefes de Gobierno los que tenían que designarla para un segundo mandato. Y lo ha conseguido. “Es sólo una administradora de los gobiernos de la UE”, criticó el expresidente de la Comisión Europea Romano Prodi en declaraciones recogidas por el periódico italiano La Stampa.
Y ese buen rollo con los líderes de otras familias, sumado a los gestos a socialistas, liberales e incluso verdes que la han apoyado en buena parte de su mandato le ha pasado factura con su partido. En el congreso en el que salió elegida como spitzenkandidat del Partido Popular Europeo, sólo participó un tercio de los delegados. Los de Alberto Núñez Feijóo son de los que no han ocultado su malestar con la alemana, a la que tardaron en confirmar su apoyo y de la que se han desmarcado en numerosas votaciones en el Parlamento Europeo.
Y es que ha sido su partido el que le ha puesto las cosas cuesta arriba en la recta final del mandato con su oposición a la ambición de la agenda verde europea, que era una de las banderas de Von der Leyen. Pero ella misma ha pisado el freno de la política medioambiental al plantear exenciones a la PAC en plenas protestas de los agricultores, por ejemplo. Una de las decisiones más simbólicas fue la de rebajar la protección al lobo, que se entremezcla con la vida personal de la dirigente alemana, una amante de los caballos que vio morir a su poni Dolly atacado por uno de esos animales depredadores.
El estrangulamiento de la mayoría que sustenta al gobierno comunitario, fundamentalmente por la caída de los liberales y el aumento de la extrema derecha, llevó a Von der Leyen a una derechización de sus posiciones, en cuestiones como la inmigración, y a tender la mano a la ultraderechista Giorgia Meloni en plena campaña electoral, aunque tanto ella como su partido llevaban tiempo cortejándola. Ahora Von der Leyen aspira a un nuevo mandato al frente de la Comisión Europea y le queda por delante una dura negociación con los grupos parlamentarios para asegurarse los 361síes que necesita con la presión de sus aliados socialistas y liberales para que no haga cesiones a la extrema derecha y mire a los verdes, que están dispuestos a darle el aval.