Desde las antípodas ideológicas, las relaciones entre el régimen franquista y el Gobierno de la Unidad Popular estuvieron marcadas por el pragmatismo
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Cuando en 1972, en pleno Gobierno de la Unidad Popular (UP), el presidente Salvador Allende (1970-1973) recibió la noticia de que la España franquista tuvo un papel clave en las negociaciones internacionales por la deuda externa que en aquellos tiempos asfixiaba al Ejecutivo socialista, el mandatario chileno exclamó sin reparos: “¡Viva la verdadera amistad.
“En términos politólogos, este fue el punto de no retorno, el momento en el que España se involucró decidida y políticamente con el Chile de Allende”. Así describe el episodio la historiadora chilena María José Henríquez en su libro que, precisamente, evoca este momento –¡Viva la verdadera amistad! Franco y Allende, 1970-1973 (Editorial Universitaria).
“Aunque por las características de los regímenes se podría pensar que eran relaciones frías, fue todo lo contrario”, dice a elDiario.es esta académica de la Universidad de Chile. Los vínculos diplomáticos entre el Chile de la UP y la España de Franco, en las antípodas ideológicas, se consideran una anomalía, una incongruencia porque –añade la autora– “van más allá de la interpretación dicotómica este-oeste o izquierda-derecha de la Guerra Fría”.
El rumbo que debían tomar esos lazos, dice el libro, quedó fijado en la instrucción del entonces ministro de Asuntos Exteriores de España, Gregorio López Bravo, a la comitiva que asistió a la toma de posesión de Allende, el 3 de noviembre de 1970. El texto recoge que no había “ni enemigos socialistas, ni amigos conservadores; solo pueblos hispánicos”.
Henríquez opina que para ambos países “hay una coincidencia de intereses del Estado y una intención de posicionar a España en el juego geopolítico internacional”. Para ella, esta estrecha relación “demostró el pragmatismo” con el que se actuó en la esfera internacional: “Si la España de Franco ofrecía ayuda y esta valía para llevar adelante las reformas prometidas y estimadas como indispensables para el desarrollo, las consideraciones ideológicas no serían un impedimento, como efectivamente no lo fueron”, escribe.
“Que Chile no sea una segunda Cuba”En su investigación, de más de cuatro años, la historiadora detalla cómo desde finales de 1970 la dictadura española otorgó “atención prioritaria” a sus relaciones con América Latina, en un momento de “cambio político” y necesidad de “acelerar la modernización” en la región: “La política exterior se convertía en herramienta para su desarrollo”.
Henríquez sostiene que el “antiamericanismo” de Franco es otro factor decisivo que sustenta las relaciones. En su obra recuerda que “el régimen franquista no solo no rompió relaciones con Cuba, sino que jamás se adhirió al embargo”.
Joaquín Fermandois, presidente de la Academia Chilena de Historia y académico de la Universidad San Sebastián, recalca en una conversación con a elDiario.es que las “buenas” relaciones entre Franco y Fidel Castro llegaron al punto de que cuando muere el dictador español, La Habana declaró tres días de duelo con bandera a media asta.
“Si para Washington se debía atacar a Allende para evitar que Chile se convirtiera en una segunda Cuba, para el Palacio de Santa Cruz (sede del Ministerio de Asuntos Exteriores español) se debía apoyar a Allende –diferenciado de la UP en su conjunto– para que Chile no se convirtiera en una segunda Cuba”, dice Henríquez en su libro.
Ministros, embajadores y cancilleresHay varios personajes que tuvieron un rol clave en la cordialidad, solidaridad y hasta “amistad” de los vínculos entre Madrid y Santiago. A juicio de Henríquez, un imprescindible fue el ministro de Asuntos Exteriores español, López Bravo: “Actuó con mucha autonomía del entonces vicepresidente del Gobierno, Carrero Blanco, lo que fue fundamental”.
López Bravo llegó al frente de la cartera en 1969, con 46 años. Impulsó las relaciones hispano-chilenas con una gira por 17 países latinoamericanos en la que “no hubo ninguna manifestación” contra su llegada, recuerda Henríquez. En su visita a Chile, en marzo de 1971, expresó su interés por un país “que realiza una experiencia política de excepcional interés, que España sigue con la máxima atención” e insistió en “intensificar” relaciones con La Moneda “en todos los campos donde la cooperación pueda ser fructífera y práctica”. Férreo defensor del Plan Iberoamericano, que buscaba el acercamiento con América Latina a través de la cooperación financiera o técnica, apostó por la apertura de España en un mundo marcado por la bipolaridad.
Una persona sostiene una imagen del expresidente Salvador Allende, en una fotografía de archivo.Para la escritora, también es “fundamental” el rol del embajador español en Chile, Enrique Pérez-Hernández: “Desarrollará una amistad y una muy buena relación con Allende”. Otro nombre relevante es Clodomiro Almeyda, el canciller chileno, a quien Fermandois describe como “muy pragmático, pero sin perder su visión estratégica”. En su viaje a España, en junio de 1972, declaró: “Llega Chile hacia España, ahora movido por un hondo y auténtico impulso de amistad hacia vuestro pueblo, de reconocimiento hacia vuestro Gobierno y de apertura hacia el futuro de nuestras patrias”.
Entre los principales hitos que lograron estos diplomáticos destacan, en opinión de Henríquez, la defensa de Chile por parte de España en el Club de París, donde el país sudamericano negociaba su deuda externa, “lo que suponía enfrentarse directamente con Estados Unidos”; el apoyo del Gobierno franquista para la celebración en Santiago de la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en el Tercer Mundo (Unctad III); y el crédito español concedido a Chile, de mayor peso que el que le entregó la URSS a la Unidad Popular.
“España ha ayudado al marxismo”A pesar de las cercanas relaciones diplomáticas, Allende y Franco nunca se vieron en persona. Sin embargo, al menos en dos ocasiones al mandatario chileno se le planteó la posibilidad de viajar a Madrid, según la investigación de Henríquez. El entonces presidente del Banco Central chileno, Alfonso Inostroza, relata –en una entrevista reseñada en el libro– el gran dilema que suponía para Allende un eventual encuentro con el dictador español y llegó a plantearse cómo iba justificar dar la mano a Franco si en Naciones Unidas iba “a hablar de democracia y gobierno popular” y había “sido un demócrata toda la vida”.
El avance de los acontecimientos en Chile enfrió las relaciones, que empezaron a ser cada vez más cuestionadas tanto por la España franquista como por el Chile allendista. Después del golpe de Estado del 11 de septiembre, del que este miércoles se conmemoran 51 años, la derecha chilena criticó duramente la política exterior española de la etapa anterior: “Tenemos la sensación de que España, en lugar de fomentar el nacionalismo chileno, ha ayudado al marxismo en América, ha colaborado con Fidel, nuestro gran enemigo, y ha facilitado el camino a Allende”, declaró en octubre de 1973 el entonces líder de la derecha, Sergio Onofre Jarpa.
“Para los sectores más duros del franquismo, Pinochet se convirtió en un referente, en alguien digno de admiración, porque, como antes su caudillo, había derrotado al ‘comunismo”, dice a elDiario.es Mario Amorós, historiador y biógrafo de Allende.
El disenso que abrieron los contactos entre la España dictatorial y el Chile revolucionario se arrastra probablemente hasta hoy. María José Henríquez explica que su libro “fue muy incómodo tanto para gente de izquierda como de derecha” y que el documento terminó “cayendo en una suerte de amnesia”. Opina que su trabajo pone de manifiesto “cuánto cuesta aproximarse a fenómenos que desafían la ideología y la politización”. Sin embargo, cree que las desconocidas relaciones entre Franco y Allende revelan algo “fascinante”. “La posibilidad que ofrece la historia de desafiar la visión más cómoda y convencional”, dice.