Israel bautiza su operación militar contra Cisjordania con el nombre que dio título a la declaración de Jabotinsky, líder del sionismo revisionista y defensor del uso de la fuerza para ocupar y anexionarse tierras palestinas
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La operación militar israelí contra Cisjordania que solo en la última semana ha matado a trece palestinos y expulsado de sus casas a mil ochocientas personas ha sido bautizada por el Ejército de Israel con el nombre Muro de Hierro.
Esa denominación, Muro de Hierro, es el título de un célebre artículo publicado en 1923 por el líder del sionismo revisionista, Vladimir Jabotinsky, comandante de la organización terrorista Irgún -que operó en los años treinta y cuarenta- e inspirador del partido Likud de los primeros ministros Menahem Beguin, Isaac Shamir y Benjamin Netanyahu.
En dicho artículo, considerado una declaración de principios y objetivos, Jabotinsky reprochaba a algunos sectores del sionismo la “ingenuidad” de creer que la población palestina aceptaría de buen grado la ocupación de su territorio, el dominio israelí y el robo de sus tierras. Según su perspectiva, los acuerdos con Reino Unido -que ocupaba y controlaba Palestina desde 1920- no eran suficientes para lograr un Estado judío de mayoría judía en Palestina:
“Podemos decirles [a los palestinos] lo que queramos sobre la inocencia de nuestros objetivos, diluyéndolos y endulzándolos con palabras melosas para hacerlos apetecibles, pero ellos saben lo que queremos, así como nosotros sabemos lo que ellos no quieren”, escribió Jabotinsky, afirmando que “toda población nativa, civilizada o no, considera sus tierras como su hogar nacional, del cual es el único dueño, y desea retener ese dominio siempre”.
El ideólogo del sionismo revisionista defendió el despliegue de “un muro de hierro”, metáfora del uso de la fuerza para someter a la población nativa y lograr así el proyecto colonial israelí, garantizando un Estado judío de mayoría judía: “Nuestros pacifistas intentan persuadirnos de que los árabes son tontos, a los que podemos engañar enmascarando nuestros verdaderos objetivos, o que son corruptos y se los puede sobornar para que nos cedan su derecho de prioridad en Palestina, a cambio de ventajas culturales y económicas. Repudio esta concepción de los árabes palestinos”.
En el mismo sentido se había expresado cuatro años antes, en 1919, la Comisión King-Crane, promovida por Estados Unidos para conocer la posición de las élites locales. Tras la elaboración de su investigación, dicha comisión determinó que “ningún oficial británico consultado por los comisionados creyó que el programa sionista podría ser llevado a cabo excepto por la fuerza de las armas”.
Jabotinsky argumentó que el sionismo no podía ofrecer “ninguna compensación adecuada a los árabes palestinos a cambio de Palestina” y, por lo tanto, no había posibilidad de “un acuerdo voluntario”. Aceptando esa premisa, propuso “un muro de hierro”, con un “poder externo”. Ese poder externo es hoy en día el Ejército israelí y el apoyo de fuertes aliados, como Estados Unidos, con el que ha contado durante décadas para lograr la extensión de su ocupación ilegal.
La idea de que la apropiación de territorio ajeno debía realizarse a través de la fuerza para lograr en el futuro un acuerdo de sometimiento fue puesta en práctica desde el nacimiento de Israel, que aprovechó la guerra con los países árabes vecinos para anexionarse más territorio palestino y que, posteriormente, volvió a usar en repetidas ocasiones el marco de la fuerza militar para extender más aún esa ocupación.
Trump acaba de congelar durante 3 meses casi toda la ayuda exterior excepto la que proporciona a Egipto e Israel
Esas imposiciones siguen aplicándose a día de hoy, con el uso de la fuerza. Israel justifica sus acciones militares en nombre de la seguridad para encubrir un proyecto consistente en extender su anexión de territorio ajeno. El genocidio en Gaza está vinculado a ese proyecto, que afecta a Jerusalén Este y Cisjordania. Es un plan de carácter político y económico, para el cual despliega el marco de la guerra, la excusa de la seguridad e incluso el argumento del “derecho bíblico” a través del Antiguo Testamento.
El simbolismo del nombre de la operación israelí contra Cisjordania encubre estos objetivos. Netanyahu no los oculta. Un mes antes de los atentados de Hamás en octubre de 2023 el primer ministro israelí exhibió en la sede de la ONU un mapa en el que los territorios palestinos aparecían absorbidos por Israel. Tanto él como varios de sus ministros juegan vendiendo esa promesa.
Saben que cuentan con el apoyo de grandes lobbies sionistas en Estados Unidos, donde Donald Trump acaba de suspender durante tres meses prácticamente todas las ayudas que Washington tenía comprometidas en el exterior. Todas, menos dos: las que proporciona anualmente a Israel y Egipto, que constituyen las mayores ayudas militares fijas anuales de EEUU a terceros países en las últimas dos décadas.
El papel de Egipto ha sido clave en estos años. A través de los Acuerdos de Camp David, en 1979, Israel devolvió el Sinaí egipcio que había ocupado ilegalmente en 1967 y El Cairo normalizó sus relaciones con Israel, sin conseguir a cambio garantías para los derechos de Palestina. Aquello liberó de presión a Tel Aviv y dio espacio a su impunidad.
Tropas israelíes que ocupan ilegalmente Hebrón, en CisjordaniaYa son 900 los puestos militares israelíes en Cisjordania con los que se limita y encierra a la población palestina
Posteriormente, los Acuerdos de Oslo en los años noventa fueron usados por Israel para trocear Cisjordania y apropiarse de parte de su territorio, a través del control militar. Viajé por primera vez a la zona en esa década. Desde entonces hasta hoy, en cada visita, ha sido fácil detectar a simple vista el crecimiento de la ocupación ilegal.
Cisjordania es como un queso gruyere con aldeas y ciudades desconectadas entre sí, rodeadas por vallas, muros y puestos militares. En los últimos meses ha aumentado a novecientos el número de checkpoints israelíes con los que se limita y encierra a la población palestina. Israel explota los recursos naturales de esas áreas, apropiándose también de los acuíferos palestinos.
En poco más de veinte años Israel ha construido un muro de setecientos kilómetros y ha triplicado su presencia en Jerusalén Este y Cisjordania, donde actualmente viven más de 700.000 colonos que cuentan con una red de carreteras de uso exclusivo israelí. Ese sofisticado sistema de apartheid y segregación viola la ley internacional y ha sido definido como tal por la Corte Internacional de Justicia, Amnistía Internacional, Human Rights Watch o la organización israelí B’Tselem.
Donald Trump ya mostró en su anterior mandato su apoyo a la impunidad de Tel Aviv. El presidente estadounidense intentará consolidar aún más el proyecto colonial israelí de ocupación y anexión territorial de Jerusalén Este, Cisjordania y los Altos del Golán sirios. Para ello ha creado un equipo de trabajo dispuesto a defender los asentamientos ilegales. Su nueva embajadora en Naciones Unidas, Elise Stefanik, ha declarado públicamente esta semana que Israel tiene “derecho bíblico” sobre toda Cisjordania.
El primer ministro israelí, Benjamin NetanyahuPara forzar ese marco de ocupación ilegal, el Gobierno de Netanyahu sigue apostando por el empleo de la fuerza bruta, de ese “muro de hierro” teorizado por Jabotinsky y resaltado en la propia elección del nombre de su operación militar en curso contra Cisjordania.
Organizaciones de derechos humanos palestinas e israelíes advierten ya de que esto no se parece a un alto el fuego definitivo y que está siendo usado para extender la violencia en ese territorio, con el fin de ampliar la anexión territorial ilegal. Para ello actúan también colonos israelíes que impulsan pogromos contra aldeas palestinas, donde estos días han hecho arden viviendas y vehículos.
La nueva embajadora de EEUU en la ONU dijo esta semana que Israel tiene “derecho bíblico” sobre toda Cisjordania
Mientras tanto, en Gaza, en esta primera semana de tregua, las tropas israelíes han matado a ocho personas, dos de ellas menores. El nivel de destrucción es alarmante. “[En mi compañía militar] derribamos una media de 50 viviendas a la semana”, relataba hace cuatro días en un canal de televisión israelí un rabino que ha estado en Gaza, Avraham Zerbib. Tras su afirmación, el público aplaudió. “Y cuando digo casas, me refiero a edificios enteros”, añadió.
“Los árabes en Rafah no tienen a dónde regresar. En Jabalia, no tienen a dónde regresar”, prosiguió Zerbib. “¿Qué le dices a la gente de Israel?”, le preguntó el entrevistador. “Deberían saber que los hemos machacado, ha habido decenas de miles de muertos, devorados por gatos y perros porque nadie recoge los cadáveres, es indescriptible. Decenas de miles de familias no tienen fotos, ni papeles, ni documentos de identidad, no tienen a donde ir”, contestó el rabino soldado, presentando estos hechos como conquistas a celebrar.
La impunidad israelí ha alcanzado cotas que marcan un antes y un después a nivel internacional. Países que se presentan como adalides de los derechos humanos y del “jardín” civilizado han permitido el uso de la ley del más fuerte, de la que podrán aprovecharse las mayores potencias militares del planeta. El sistema de derechos humanos está en peligro, con la inestimable ayuda de la hipocresía occidental.
La cuestión palestina no es un mero asunto humanitario, es político y, con ella, está en juego el derecho internacional. Trump hará uso de ello, pero la honestidad obliga a admitir que la facilitación del genocidio contra Gaza ocurrió antes de que él entrara en la Casa Blanca. Sin ese diagnóstico será muy difícil entender a qué (des)orden mundial nos enfrentamos, cuál es su origen y cuáles los caminos para modificarlo.