Los kurdos son, de nuevo, los grandes perdedores, después de que EEUU no haya tenido reparos en utilizarlos para combatir al grupo terrorista Estado Islámico (EI) y después los haya dejado a merced de Turquía, cuya ofensiva militar ha logrado expulsar a sus combatientes del noreste de Siria, la zona del país en la que se asienta esta minoría.
A pesar de la pérdida de 11.000 milicianos kurdos y de acabar con el "califato" del EI, el presidente de EEUU, Donald Trump, retiró sus tropas y con ello dio la espalda al único aliado que tenía sobre el terreno en la región, en la última de una larga serie de traiciones y decepciones sufridas por ese pueblo por parte de naciones que consideraba sus aliadas.
Desde principios del siglo XX, cuando tras la caída del Imperio otomano el nacionalismo kurdo comenzó a organizarse para luchar por su independencia, las grandes potencias han abandonado en numerosas ocasiones a esta minoría después de utilizarla en función de sus intereses.
EL TRATADO DE LAUSANA
Quizá la mayor de todas las que el pueblo kurdo considera traiciones fue no alcanzar la independencia prometida en 1920, cuando las grandes potencias acordaron, en el tratado de Sevres, la creación del estado de Kurdistán por los servicios prestados durante la Primera Guerra Mundial.
Sin embargo, tres años y una guerra civil turca después, la promesa se desvaneció.
Los nacionalistas turcos, con Kemal Ataturk al frente, ganaron la guerra de la independencia y lograron que el tratado de Sevres fuera reemplazado por el de Lausana, en el que el territorio kurdo que iba a constituirse en Estado quedó bajo el control de Ankara, mientras los vencedores británicos y franceses se repartían el resto.
La independencia kurda, que tuvieron al alcance de la mano, se convirtió en el sueño que todavía es hoy.
LA REPÚBLICA DE MAHABAD
La única experiencia real de independencia kurda, la República de Mahabad, duró solo unos meses tras la Segunda Guerra Mundial, pero está grabada a fuego en la memoria colectiva del pueblo kurdo, así como la imagen de su líder, Qazi Muhammad, ahorcado ante miles de personas en esa localidad iraní.
Si tras la Primera Guerra Mundial las promesas rotas llegaron de la mano de Turquía y las grandes potencias occidentales, en Mahabad fue la Unión Soviética la que acabó por traicionarla tras alentar una administración kurda con su propio ejército en el oeste de Irán mientras ella invadía el resto del país.
El estado kurdo duró seis meses, desde la declaración de independencia (el 7 de octubre de 1946) hasta la ejecución de sus líderes ( el 31 de marzo de 1947), aunque en realidad la administración kurda del área se extendió durante más de cinco años.
Finalmente la URSS, presionada por la comunidad internacional, acabó firmando un acuerdo con el Sha, que le cedió los derechos de explotación de crudo en el norte del país a cambio de su retirada, lo que implicaba abandonar a los kurdos a su suerte.
GUERRAS KURDO-IRAQUÍES
Fue precisamente el responsable del ejército y ministro de Defensa de Mahabad, Mustafa Barzani, el protagonista de los siguientes intentos de independencia kurda y, con ellos, de nuevas deslealtades, en esta ocasión en territorio iraquí.
Considerado uno de los grandes líderes del nacionalismo kurdo, Barzani se enfrentó a los distintos regímenes iraquíes entre 1960 y 1970 (I Guerra kurdo-iraquí) y logró un armisticio que incluía la creación de una autonomía kurda en el norte de Irak, pero éste no llegó a implementarse y la paz saltó por los aires.
En la II Guerra kurdo-iraquí (1974-1975) fue Irán, que inicialmente había apoyado a los kurdos junto a Israel, el que acabó vendiéndoles a cambio de la cesión de parte de territorio iraquí. El conflicto acabó con la resistencia kurda y mandó a Barzani al exilio, del que nunca regresó, pues murió en 1979 en Estados Unidos.
LAS REVUELTAS DE 1991
Tras la derrota de Irak en la guerra del Golfo, en 1991, que puso fin a la ocupación iraquí de Kuwait, los kurdos en el norte y los chiíes en el sur se rebelaron contra el régimen de Sadam Husein, que había sido especialmente sangriento con estos dos grupos, objeto de brutales matanzas durante su dictadura.
El presidente de EEUU, George H.W. Bush, alentó las revueltas contra el régimen de Bagdad, pero finalmente Washington abandonó a su suerte tanto a kurdos como chiíes y los derrotados generales iraquíes de Sadam, que habían logrado mantener casi intactas las unidades de la Guardia Republicana que permanecieron a refugio durante los bombardeos aliados, se mostraron muy eficaces en la represión.
Las imágenes de unos tres millones de kurdos atravesando las montañas nevadas en su huida del avance del Ejército iraquí, ante la pasividad de la comunidad internacional, terminaron por empujar a EEUU al establecimiento de zonas de exclusión aérea que impedían la entrada de tropas iraquíes más allá del paralelo 32, el germen de la actual semi-autonomía kurda en el norte de Irak.
LA EXPULSIÓN DE OCALAN
En 1979, un año después de la fundación del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdulá Ocalan se estableció en Siria, donde sus bases permanecieron durante casi dos décadas, en las que mantuvieron una lucha armada contra Turquía que se cobró más de 30.000 muertos, la gran mayoría kurdos.
Ocalan, que en los años 80 y 90 logró aglutinar bajo su liderazgo a los kurdos de los cuatro países en los que están asentados (Turquía,Siria, Irak e Irán), contó con el firme apoyo del presidente sirio, Hafez al Asad, padre del actual mandatario, Bachar al Asad, hasta 1998.
Ese año y bajo la amenaza de una operación militar turca, Al Asad le expulsó del país y Ocalan terminó en la isla de Imrali, la cárcel turca de la que es el único preso. Condenado inicialmente a la pena muerte, que luego fue conmutada por la cadena perpetua, las estrictas condiciones carcelarias han acabado por convertirle en un líder simbólico, pero indiscutible para la gran mayoría de los kurdos.
AFRIN
La ofensiva turca en la frontera de Siria que ha terminado estos días con la administración kurda que gestionaba el noreste sirio poco después del inicio la guerra en el país, en 2011, tiene un precedente al que la comunidad internacional no prestó atención, a pesar de sus similitudes con la situación actual.
En enero de 2018, Turquía envió a su Ejército y a sus milicias sirias aliadas al enclave de Afrin, que estaba bajo control de los kurdos y que terminó en manos turcas tras una brutal invasión que obligó a escapar a decenas de miles de personas y en la que la violación de derechos humanos por parte de los ocupantes fue denunciada por numerosas ONG.
Ni el Gobierno sirio ni las fuerzas leales a Asad, como tampoco sus aliados internacionales, enviaron apoyo militar a los kurdos. Para las milicias kurdas, que estaban en plena lucha contra el EI en la región, este abandono representó una dura traición, principalmente por parte de Rusia, cuyos militares dejaron de patrullar la zona. Luego llegó la salida de las tropas de EEUU y vuelta a empezar.
Marta Rullán