Ser director de una oficina de correos a las afueras de Oxford era un motivo de orgullo para Vitin Patel. Venía de una familia de carteros y administradores de correos del antiguo imperio británico. Él, que había nacido en Uganda y vivía en el Reino Unido desde adolescente, sentía admiración por una institución que creía ejemplar.
Patel no podía imaginar que su pequeño mostrador postal le costaría una condena de cárcel por un fraude que no había cometido en lo que hoy se describe como una de las mayores injusticias en los tribunales de Inglaterra y Gales.