La fotografía era inevitable: un coche de la Guardia Civil prácticamente empotrado en la puerta del Palacio de Longoria, aparcado sobre la estrecha acera que da paso a la sede de la Sociedad General de Autores. Era 1 de julio de 2011. Unos estudiantes presentaban en el salón de actos sus trabajos de fin de máster y eran desalojados sin recibir explicaciones. Mientras ellos salían, los guardias civiles entraban. Esa imagen marcó el futuro de la historia de la SGAE de una manera indeleble.
Ha sido necesaria una década para cerrar judicialmente esa herida, cuyas repercusiones en términos reputacionales van mucho más allá.
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