Con la llegada de la pandemia a Brasil Jair Bolsonaro tuvo que elegir y no optó por la estabilidad. El presidente ultraderechista prefiere la confusión, se desenvuelve bien en ella, y tiene las de ganar sobre el terreno embarrado. Su descoordinación con los gobernadores ha desembocado en 27 estrategias diferentes, y dado que Dios no ha demostrado ser brasileño ni el sol ha quemado el virus –opciones que, en tono jocoso, reivindicaba el ministro Mandetta en marzo–, la conclusión es un país desorientado en el peor de los momentos.
A fuerza de apoyar y alentar concentraciones de sus seguidores contra el Congreso Nacional y el Tribunal Supremo, el presidente ha obligado a sus detractores a echarse a la calle para responder protegiendo la Constitución, desentendiéndose unos y otros de las recomendaciones de distanciamiento social cuando el país entra en la etapa más dura de la crisis, con la curva verticalizándose sin freno.