La música de baile ha ejercido en muchas ocasiones como refugio de colectivos marginados. El soul y el funk, patrimonio de los afroamericanos, jugaron durante los años 60 y 70 un papel fundamental en la lucha por los derechos civiles. Poco después, la música disco amplió su colorido cultural al incorporar los ritmos latinos y se convirtió en el primer refugio no clandestino para la comunidad LGTB.
Desde entonces, discotecas y clubes han funcionado como templos profanos en los que, personas de sexualidad no normativa, se congregan para relacionarse y compartir experiencias alrededor del baile y la música.