La Ocaña ha terminado ocupando un lugar entre las vírgenes que consuelan a las maricas dolientes. Propio de la historia de España, acaso de cualquier país, es hacer la vida imposible a quien se pretende, sin saberlo, hacer inmortal. No se puede entender su figura sin contar que creció entre dos mundos, en uno le molían a palos o le insultaban por maricón, en otro, el sol, los ríos, el campo, las amigas y la madre de dios, le tocaban las palmas al amanecer.
Ocaña tenía un nombre pero una se llama como sus amistades quieren que se llame, o como quieren los amantes, que viene a ser lo mismo.