Nina se pinta los labios de rojo, se ajusta su cazadora, también roja, mete dos balas en su rifle y avanza hacia su destino. La imagen podría ser la de un wéstern clásico, pero forma parte del imaginario que ha parido la directora Andrea Jaurrieta en su segunda película, que coge el nombre de su protagonista, esa Nina que vuelve al pueblo de su infancia para una venganza contra el machismo, los abusos y sobre todo, el silencio cómplice que mira a otro lado y ha permitido el triunfo de una cultura de la violación.