Los servicios de inteligencia europeos sitúan al denominado Estado Islámico del Gran Jorasán en la diana de la seguridad de los Juegos de París mientras Estados Unidos valora acercarse a los talibanes para intentar combatirles en su bastión afgano
Francia se adentra en unos Juegos Olímpicos en pleno limbo político
Cuando la rama afgana del Estado Islámico (EI) –ISIS-K, por sus siglas en inglés– se atribuyó en marzo la autoría del ataque contra la sala de conciertos de los suburbios de Moscú –que dejó más de 140 muertos– los directores de las agencias de seguridad europeas confirmaban lo que sus homólogos rusos y norteamericanos ya sabían: la filial del EI ya no solo tenía capacidad para actuar en el Gran Jorasán (antigua demarcación que comprendía los territorios de los actuales Afganistán, Turkmenistán, Uzbekistán o Irán), sino que había desarrollado capacidades para poder atentar en Rusia y potencialmente, otra vez, en Europa.