Podríamos llamarlo tener el don de la importunidad: aterrizar en Venecia justo el día en el que empiezan a estallar los casos de coronavirus en el norte de Italia.
Lo que al principio me pareció algo anecdótico acabó convirtiéndose en una cancelación forzada de parte de mi viaje por las regiones de Véneto y Lombardía, y en una urgencia frenética por volver a España ante los rumores –y, sobre todo, las peticiones de los propios españoles, exaltados en las redes sociales– de que iban a cerrar las fronteras.
Quedarse "atrapado" en la zona cero del virus en Europa no era una opción, especialmente si quería que mi familia sobreviviera al estrés y la preocupación de saberme en el foco de la epidemia.