
Cuando Guido llegó a Mallorca desde Italia, en un programa de intercambio hace 17 años, comenzó a compaginar sus estudios con la hostelería. “Las propinas me salvaron la merienda en la Universidad, la fiesta cuando éramos más jóvenes, después los pañales y ahora el aparato de la niña”, explica. Él trabaja en una cafetería en la zona de despechos de la isla. Recibe cada mes unos 120 euros por este concepto. Su pareja, en un restaurante del área más turística, puede embolsarse hasta 800, la mitad de su sueldo.

















