Fue hace la tira de años, en el Festival de Jazz de Vitoria, cuando Lester Bowie apareció en escena y mi vida cambió para siempre. Era una noche de esas en las que las estrellas se dejan alcanzar con la mano, Lester Bowie iba vestido con su bata blanca y la explosión de su trompeta corría por mis venas junto a la sangre y la mala reputación.
No hay un recuerdo desde entonces que no venga acompañado por la melodía y la improvisación de una canción de jazz, de uno de esos temas que te ponen al borde del abismo y te empujan a volar.