Cuando se mira algo con verdadera atención, es fácil empezar a descubrir detalles que antes no se conocían. Da igual que sea el rostro de una persona querida o una piedra encontrada en el camino. Basta con acercarse lo suficiente, y contemplarlo durante el tiempo necesario, para que nazca un sentimiento de extrañeza e incomodidad. Es desde esa perplejidad ante lo cotidiano que la escritora japonesa Hiroko Oyamada construye sus novelas: no como un ejercicio de fabulación, de abstracción del presente, fantaseando con otros mundos posibles, sino como una forma de atención radical.