El escenario era onírico: hierba dorada rodeada de pinos bajo un cielo azul celeste. Los camiones se detuvieron, el café y los dónuts aparecieron en la parte trasera y los perros se relajaban al sol. En cuestión de horas, algunos de esos árboles estaban ardiendo. El humo se elevaba hacia el cielo y los camiones se habían dispersado, con sus equipos en varios puntos de alrededor para controlar el incendio.
Los camiones no estaban apagando el fuego; lo encendían usando antorchas para hacer que las llamas se propagaran a través de la hierba seca, convirtiendo los árboles altos en candelabros gigantes y vigilando de cerca los límites que las llamas no debían cruzar.
Leer más: Combatir el fuego con fuego según la sabiduría indígena de Canadá