Arezu tiene el rostro desfigurado. Cuando tenía 8 años, su tía le arrojó ácido por celos. A ella, a su madre y a sus dos hermanas. Pasado el sufrimiento físico, descubrió otro dolor mayor: “la mirada de la gente”.
Las víctimas de ataques con ácido no encuentran consuelo ni justicia en Irán. La cirugía no les devuelve su piel ni su vida. No se reconocen en el espejo ni aceptan su nueva situación. Se encierran en casa por el rechazo social y apenas sienten el apoyo de las autoridades.
“NO ME DEJAN SALIR AL PATIO”
"La directora de la escuela no me dejaba ir al patio o estar junto a los otros estudiantes, decía que los niños se asustaban", cuenta Arezu Hashemineyad, que ahora tiene 17 años.