El tándem que salvó al euro -Mario Draghi, entonces presidente del BCE- y que extirpó los activos tóxicos financieros del sistema bancario de EEUU, su homóloga en la Reserva Federal, Janet Yellen, siempre lo tuvo claro. El arma con la que aislar la capacidad monetaria del Kremlin como castigo por invadir Ucrania debía muy poderosa, lo suficientemente para lograr la congelación de los 643.000 millones de dólares que las arcas del Banco Central de Rusia atesoran como reservas de divisas internacionales.
El primer ministro italiano y la secretaria del Tesoro volvían a encontrarse en otra situación límite como la que los llevó a sintonizar criterios al frente del BCE y de la Fed para salvar a las potencias industrializadas occidentales del credit crunch de 2008.
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