Las cadenas de supermercados y las empresas de alimentación tienen una relación complicada. Funcionan de la mano –porque una no puede vivir sin la otra y viceversa– pero, al mismo tiempo, se pegan codazos. Unas fricciones que han ido en aumento en los últimos meses, marcados por la inflación de los alimentos y el despegue de la marca blanca, que ha llegado a las cotas más altas de su historia. También, porque algunas empresas de distribución, como Carrefour, han borrado de un plumazo marcas de sus lineales por considerar que han disparado sus precios por encima de lo que pueden soportar sus clientes.
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