Lo difícil es leer el pasado en un montón de tierra, no ver el futuro en los posos de café de una taza sucia. La cuestión se complica cuando además de reconstruir los hechos que acabaron con la vida de los antepasados, la ciencia es comprendida como un acontecimiento ético que no pone límites temporales ni espaciales. “Para mí la arqueología es, sobre todo, un ejercicio de compasión”. Con esta frase Alfredo González Ruibal acaba de ponerse en contra de esa mayoría académica de su oficio, que está convencida de mantener envasada al vacío la objetividad.