
Nos fascina la desolación marciana. Como el mar, nos llama, nos invita: "Venid", murmura. Cada imagen del planeta rojo que nos llega —después de atravesar una extensión inhóspita— está colmada por un silencio sepulcral lleno de misterio y preguntas aun sin respuestas.
En esa tangibilidad inaprensible, cada fotografía expone una quietud eterna. Ahí están, desperdigadas en aquel estéril y desolado paisaje, incontables rocas de todas las formas y tamaños, quietas, imperturbables, pacientemente moldeadas desde hace millones de años por el viento, por las tormentas de arena y la soledad persistente.
Allí se encontraban cuando en su planeta vecino, la Tierra, los dinosaurios perecieron; cuando los primeros audaces Homo sapiens se aventuraron fuera de África; cuando se alzaron las pirámides en Egipto.