En la madrugada del pasado 6 de febrero la tierra tembló en el sureste de Turquía y norte de Siria como no lo había hecho en décadas, provocando la muerte de más de 46.000 personas y dejando decenas de miles de heridos. La elevada intensidad de ambos terremotos, su localización y la potencia de las réplicas explican en gran medida la devastación generada, pero la calidad de las construcciones también ha sido un factor clave.
A pesar de que Turquía incorporó medidas más estrictas de seguridad tras el último gran seísmo de 1999, en el que murieron 17.000 personas, muchos expertos han denunciado que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha concedido durante años amnistías de construcción a empresas que no cumplían con las normativas requeridas.