Cuando el director francés Jean-Jacques Annaud preparaba hace cuatro décadas el rodaje de la película El nombre de la rosa, a partir de la celebrada novela de Umberto Eco, puso especial empeño en un criterio singular para elaborar el casting: los actores debían ser especialmente feos, desagradables. El cineasta planteaba una Edad Media particularmente repugnante: barro, estiércol, malos olores, campesinos pobres con la cara ennegrecida… El impacto del filme estrenado en 1986 fue tal, que la obra ha echado por tierra cualquier esfuerzo posterior por definir la cuestión de la higiene en este largo periodo de nuestra historia basándose en fuentes y no en tópicos ni invenciones.