A menudo, las producciones iraníes que se estrenan en las salas comerciales españolas llegan acompañadas de las historias de los problemas legales de sus autores. El doblemente oscarizado Asghar Farhadi, responsable de Nader y Simin, una separación o El viajante, puede haber encontrado un margen de acción dentro de los estrictos códigos de la industria audiovisual de su país, pero otros compañeros de profesión llevan años en el punto de mira de las autoridades.
Es el caso de Mohammad Rasoulof, amigo de otro destacado compatriota realizador y perseguido político: el multipremiado Jafar Panahi de El globo blanco o Esto no es una película.
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