Una de mis compañeras de trabajo se llama Esther, gracias a la influencia que tuvo sobre su madre el personaje de cómic dibujado a lo largo de dos décadas por Pura Campos. No creo que haya una anécdota más cercana para dejarme claro hasta qué punto la creación en 1971 de Campos y el guionista británico Philip Douglas Esther y su mundo influyó en varias generaciones de niñas y adolescentes españolas. En su momento de mayor éxito, las aventuras cotidianas de Esther llegaron a cientos de miles de lectoras –y lectores– europeos, poniendo de manifiesto el potencial de la cultura popular para subvertir el mundo que nos rodea: editadas en principio como Patty’s World, pues las historietas de Douglas y Campos tuvieron como objetivo inicial al público británico, su impacto particular desde 1974 entre las adolescentes españolas ya con el nombre de Esther Lucas en las páginas de la revista Lily, se debió a que sus planteamientos argumentales y estéticos chocaban de frente con la rancia atmósfera cultural del tardofranquismo, ampliando los horizontes de los imaginarios costumbristas con los que las lectoras estaban familiarizadas.
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