Con pluma, con máquina de escribir, con el teclado del ordenador portátil. La historia de la literatura se nutre de cientos de miles de palabras escritas por mujeres, algunas en una habitación propia, como Virginia Woolf, o sentadas en el suelo del salón con los niños jugando alrededor, como Clarice Lispector. Si se tiene en cuenta tal volumen de producción, son muy pocas las que han recibido el reconocimiento y la atención que se merecen.
Sus nombres se ningunearon de muchas maneras. A algunas las envolvieron en el silencio para que nadie escuchase quiénes eran, a muchas las trataron de locas, y otras fueron vampirizadas por sus compañeros, que se llevaron los méritos gracias a sus ideas.
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