Rita Indiana (Santo Domingo, 1977) tiene (o es) un cuerpo largo. Mide uno noventa y cuatro y viste de negro con elegancia andrógina. En cada mano lleva un tatuaje: el búfalo –“que lo daba todo, hasta los dientes, hasta los huesos”–, y el pirata –“que se lo roba todo”–. De adolescente la llamaban La Garza. Y al recordarlo, con una sonrisa, marca mucho la z a la española, porque quien le dio el apodo no fue un compañero de estudios sino uno de sus maestros, un cura escolapio y probablemente vasco, “de esos que te daban puñetazos en el hombro para confraternizar, cariñosos pero también violentos, a los que adoraba.