Alberto Cortés es un torero queer, un enigma escénico, un Hakim Bey medio marica medio sufí, que explota en su última pieza, El ardor. Una obra escénica inclasificable, llena de la fuerza apolínea de Nietzsche y del verbo duro de Burroughs que Cortés convierte en verborrea incívica en busca de una comunidad de "maricas, bolleras, negras y no binarios", de una "geometría secreta" y organizada que destroce nuestros hogares contagiándolos de ardor. La pieza consigue situarse en el romanticismo y el malditismo, algo que pudiera hoy parecer casi imposible. Aunque Cortés lo logra. Y, además, consigue que esas palabras se trasladen y se alojen en la carne.