No llevo la cuenta, pero fue la canción de un verano de hace ya treinta y pico de años; una melodía pegadiza y resultona –combinación de fado y pasodoble– que se bailaba en las plazas de los pueblos cuando llegaban las fiestas. Ay, María la portuguesa.
Lo recuerdo bien; aún resonaba el grito desgarrador de las víctimas del atentado cometido en el Hipercor de Barcelona y la rabia taponaba las cloacas de un Estado que estaba muy lejos de ser un Estado de derecho; la igualdad siempre fue una falsa ilusión en nuestro país y aquel verano el sol se arrugó más de lo previsto.